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Mensajes en una botella

En el Costa Concordia

Vicente Gutiérrez Escudero nos envió un texto que gira en torno a las metáforas del naufragio. Es un texto sugerente, que inaugura una nueva sección, mensajes en una botella, en la que esperamos publicar textos de oyentes y amigos sobre cuestiones que tratamos en el programa de radio. Hay algún desacuerdo en cuanto a la noción de élites que el autor emplea, al lugar de la responsabilidad y la idea de un timón, pero se trata aquí de abrir el blog a diferentes posiciones, que no necesariamente coincidirán con las nuestras.


En el Costa Concordia

Numerosos autores –como es el caso de Jorge Riechmann o Will Steffen- han comparado la deriva actual del capitalismo termo-industrial con la imagen del Titanic aproximándose al iceberg. Según esta analogía el capitalismo, al igual que el célebre trasatlántico, se dirige hacia su propio hundimiento en el sentido de que no puede escapar a sus límites externos e internos, como por ejemplo la crisis de valorización del capital o los efectos ya irreversibles del Cambio Climático y el ecocidio en marcha. Entonces, puesto que el Titanic va a hundirse, la cuestión clave, se nos dice, radicaría en cómo maniobrar no tanto para evitar el impacto -algo ya inevitable- como para que el choque sea lo menos nocivo posible y crear así las condiciones más óptimas para el salvamento de pasajeros. Hay quienes incluso aseguran que en los momentos previos al choque del Titanic con el iceberg hubo tiempo suficiente para desmontar los camarotes de primera clase y construir improvisadamente con todo el material obtenido improvisadas barcas de salvamento, pateras o rudimentarias estructuras flotantes.

Pero otros muchos autores han llegado a asegurar que el impacto ya se ha producido y que el Titanic está ya hundiéndose. Esta analogía adquiere pleno sentido si tenemos en cuenta que desde 1972, año en que se publicara el célebre informe Los límites del crecimiento encargado al MIT por el Club de Roma, los que pudieron hacer algo no hicieron nada para frenar el Cambio Climático ni tampoco para prepararnos para el descenso energético que se avecinaba, de modo que se podría decir que ya hemos chocado con el iceberg y que estamos en la catástrofe. Ciertamente llevamos siglos habitando la catástrofe y los supervivientes estaríamos esperando la llegada del Carpathia -que en esta analogía podríamos identificar con la tecnología por venir o con nuevas fuentes de energía hasta ahora desconocidas- con la esperanza de que nos saque cuanto antes de las gélidas aguas de la descomposición del Estado del bienestar.

En cualquier caso, aun suponiendo que el choque no se haya producido, hemos de insistir en el hecho de que las élites actuales no están haciendo nada para evitar un impacto violento, ni siquiera para preparar a sus pasajeros para el choque que se avecina. Es más, los actuales propietarios del mundo actual poco tienen que ver con las élites ilustradas de siglos atrás, que eran las clases más instruidas e informadas de entonces y que poseían un amplio conocimiento del planeta en el que vivían. En el caso del capitalismo fosilista el capitán que maneja el timón está pensando ya en cómo poder huir del barco cuanto antes, si es que no lo ha abandonado ya.

Si tenemos esto en cuenta creo que una analogía más acertada sería la del encallamiento y hundimiento parcial del crucero Costa Concordia, que en 2012 naufragó frente a la isla de Giglio en Toscana, y en cuyo accidente por cierto murieron 32 personas. En aquel suceso -a diferencia de John Smith, el capitán del Titanic, quien se hundió con su propia embarcación- el por aquel entonces capitán del crucero, Francesco Schettino, abandonó cobardemente la embarcación, y lo hizo por cierto junto con una joven azafata que trabajaba en el crucero. Al igual que Schettino, la alta élite que dirige el mundo, sabedores de lo que va a suceder, está asegurándose su propia supervivencia; está organizando ya su huida para refugiarse en sus yates de lujo, mansiones amuralladas o islas privadas. Tanto las élites industriales y financieras como la casta política que dirige los estados, bajo el disfraz de un capitalismo verde, han optado por una huida suicida hacia delante; están pensando ya en como saltar del barco antes de que éste encalle o se hunda por completo, abandonando a su suerte a los pasajeros y tomando las posiciones más ventajosas en el nuevo mercado energético, basado en las llamadas energías renovables. En otras palabras: están pensando en cómo salvar su culo y sus privilegios, garantizando sus procesos de acumulación en los escenarios venideros.

Otro elemento que refuerza la analogía con el lento proceso de declive energético es que el Costa Concordia, a diferencia del Titanic, permaneció dos años varado antes de ser desguazado en Génova. Es un detalle muy significativo que nos recuerda que el capitalismo fosilista ya ha encallado y que lo que tenemos ante nosotros no es más que su estructura semihundida, indolente, desamparada e inmóvil, eternizando su condición de náufrago. En realidad, estamos siendo testigos de un colapso sistémico que se inició décadas atrás y que es tan gradual que, de algún modo, no lo percibimos como colapso, pero bien sabemos que tarde o temprano terminará por hundirse del todo en el océano de la historia o, al menos, por ser desguazado en una reestructuración capitalista venidera.

Ahora bien, la analogía falla si tenemos en cuenta el destino que les deparará a los responsables del desaguisado; si el excapitán del Costa Concordia, Francesco Schettino, fue finalmente condenado a 16 años de prisión por los delitos de naufragio y homicidio culposo, estas élites cortesanas no sólo se van a ir de rositas sino que, si no lo evitamos, van a pasar a la posteridad como los verdaderos paladines de una transición energética que, curiosamente, está beneficiando vía subvenciones estatales y ayudas europeas a las mismas élites industriales cuya actividad bélica y ecocida ha sido la verdadera responsable de la destrucción del medio ambiente de las últimas décadas.

23 de marzo de 2023.