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El circo (primera parte)

 

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Sacamos el tema del circo con poco entusiasmo y, al final, terminamos haciendo dos programas; aquí traemos el primero. Como siempre, nos acercamos a la biblioteca pública del paseíto Ramiro y encontramos algunos textos sobre el tema, como El circo, de Ramón Gómez de la Serna, las Noches en el circo, de Angela Carter y el Misterio bufo, de Maiakovsky. Una emisión de France Culture nos echó otro cable, sobre todo el primer episodio, donde Caroline Hodak, una historiadora del circo, trata la cuestión con bastante detalle lo emitieron en el 2014, en La fabrique de l’Histoire–.

Georges Rouault (1871-1958) Clown y niño. 1930. Aguada.

Después, cosas que no estaban en la biblioteca pública las encontramos en las librerías; entre lo más recomendable, El libro que editó Pepitas de Calabaza, también en el 2014, una Biografía del circo, de Jaime de Armiñán. De la misma editorial, nos sirvió La ciudad en la historia, de Lewis Mumford. Y nos metimos con otras cosas más, como las películas de Chaplin, Bergman y Fellini, y con varios artículos, entre ellos uno de Francisco Gelman Constantin, «Gitanos, soldados, monos, funambulistas» y otro que se titula «El circo: ¿mezcla de géneros?», de Brigitte Bailly.

(Una curiosidad sobre este programa, que tenemos que comentar para los oyentes más atentos y oidores, es que por uno de los cables de nuestros micrófonos se coló la interferencia de un relator deportivo, tal vez M. Lamas; ahí quedó, en el fondo, de a ratos, aunque no llegamos a descifrar del todo su relación con el circo)

Editorial

Qué cosa es una obra de arte total, no lo sé. Bah, total, es una obra de arte, alguna vez lo pensé. Muchas veces fui a la ópera y en todas me vi luchando contra el sueño y no era el único, porque desde el gallinero hasta el discreto taburete del bombero que cuida del teatro entre bambalinas, todos se parecían, a las pocas horas, a Eurídice. Obvio, peor que te inviten a una de esas horrendas fiestas que parecen organizadas por el Dr. Frankenstein, que quieren ser espectáculos de variété, como los llaman, donde un muchacho recita poemas, mientras otro lo dibuja y ambos son proyectados en una inmensa pantalla porque se le ocurrió al cineasta del grupo, mientras unos violinistas rodean a una bailarina, que anda noviando con el dibujante, todo con un fondo de palets reciclados que forman una escenografía o un masacote que firma un efímero Bofill. Un centro cultural, el fondo de una casa de renta antigua u ocupada, el espacio cedido por algún familiar de uno de los artistas, da lo mismo, lo importante es que la tribuna está repleta de gente que arrastró los pies hasta el lugar, con la única esperanza de un futuro gesto recíproco, porque claro, todos son artistas, como decía Debord cuando saludaba a un grupo de fans: «¡Buenas tardes artistas! Y perdón si me equivoco». Roland Barthes, un poco condescendiente, hablaba de una sociedad de emisores en estos términos:

cada persona con quien me encuentro o que me escribe, me dirige un libro, un texto, un balance, un prospecto, una protesta, una invitación a un espectáculo, una exposición, etc. El goce de escribir, de producir, apremia a todos; pero como el circuito es comercial, la producción libre sigue atascada, enloquecida y como desesperada; las más de las veces, los textos, los espectáculos van allí donde no se los reclama;

Vitaly Lazarenko

Si en una sociedad emancipada todo seremos acróbatas por la mañana y mujeres barbudas por la tarde, si cada cual es “uno de los nuestros”, tampoco está garantizado que haya unas gradas para la pasividad frente a nuestra metamorfosis. ¡Tantísimo mejor! ¿Cómo contemplaría un número cómico un espectador emancipado? ¿O no hay espectadores cuando el arte recubre la vida? Y ahora, ustedes, ¿están ahí quietitos mientras escuchan¿ ¿o hacen cosas? ¿Se notan demasiado nuestros malabares? No lo sabremos porque los focos nos encandilan, el trapecio nos marea, y del público, con suerte, llega alguna risa. Estamos ocupados, no queremos respuestas, solo emociones y aburrimiento, esto es el circo, pónganse incómodos.

La silla del bombero, detrás de escena, en el Teatro Real de La Moneda, en Bruselas.

En el programa escucharon, escucharán o se perdieron las voces de Juanma Agulles, Sebastián Miras, Pedro Coiro y Boris Garcés (autor de la bellísima y estimulante cortina del Naufragio).