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El reloj

El reloj

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Hablamos de la película Disturbios (Cyril Schäublin, 2022), una estampa de la industria del reloj y la anarquía en un pueblo suizo del siglo XIX; intentamos recorrer históricamente el desarrollo técnico de los relojes desde la observación de la caída del sol, las clepsidras y los relojes de sol hasta el cronómetro marino; explicamos con incontestable claridad la relación entre el automatismo y la relojería; salió el tema de la sincronización; mentamos a Mumford, Postone, Needham, Thompson, Le Goff, Marx, Gille, Poppe, Woodcock, Mau y Prieto, que nos perdonen todos ellos.

Para terminar, Sebastián habló del reloj de Acaz, que no fue el único coso bíblico del programa, también le hicimos hueco a un tema de la banda Vox Dei, Sapienciales.

Como siempre, sintonía de Boris Garcés y cierre con un divertimento para caracoles de Diego Monachelli.

Editorial

La broma de este programa, o mejor dicho, la esencia de este programa, que es ser un chiste sin mucha gracia, consiste en representarlo todo por fragmentos y luego establecer una totalidad que quepa en un episodio. Pero el problema que se nos presenta hoy es novedoso: traemos un tema en el que ya cabe todo nuestro repertorio. Es cierto que hablamos un día de escaleras, y el aleph estaba en el reverso de una escalera. También tocó el tema del circo, o del boxeo, y las metáforas se expresan solas, porque aquellos eran mundos cerrados, mundos dentro de otros mayores, pero representando, por encima o por debajo de nuestras calidades, la totalidad de la vida a pequeña escala. Hoy nos toca hablar del fragmento que contiene realmente a todos los demás, pero, paradójicamente, si uno echa un vistazo en su interior, está vacío.

Pero no me quiero poner intenso, bajemos a tierra. Qué digo a tierra, al polvo del lejano oeste, que es lo más terrenal posible:

El sheriff Will Kane, interpretado por Gary Cooper, espera a Frank Miller y sus bandidos, que llegan en el tren del mediodía para coserlo a balazos por los años pasados en prisión. Kane se va quedando solo, desfilan por la pantalla los rostros que lo abandonaron y cada fotograma está apuntalado por un tic tac y por el balanceo de un péndulo de bronce. El tiempo del espectador y el del héroe en la pantalla coinciden: la catarsis es posible porque es tangible el sufrimiento.

Muchos creen encontrar el grado máximo de la angustia en fantasías que nos dejan atrapados en el tiempo; la repetición es falsamente desesperante, tal vez nos reconforta y la ficción más extravagante sobre los días idénticos tiene dificultad para imitar la monotonía real a la que ya estamos hechos. No da tanto miedo seguir dando vueltas a la noria, porque, ¿cuántas vueltas van? No, la amenaza mayor es que el tiempo anuncia, con cada movimiento, que no solo no nos tiene atrapados, sino que a cada segundo nos quiere soltar la mano.

Entonces ahí está Wayne, mirando de reojo cómo las agujas van augurando la llegada del tren de los bandidos, y nosotros, mientras tanto, pensamos que quizás, la mejor solución para no andar tan desesperados como él, en lugar de dejarlo solo, que eso es traición y queda feo, nos conviene ver su silueta cada vez más nítida y grande por la ventanilla de nuestro vagón y con las manos en las cartucheras dejar que ese pobre existencialista, su reloj y el pueblo entero sepan que en este podcasts en lo último en lo que pensamos es en la muerte.

 

 

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