Naufragio en marcha es un programa de radio sobre todas las cosas que hay en el mundo. Tal vez un día, cuando hayamos terminado de conversar sobre ellas, las ordenemos en un sistema.
Charlamos un rato sobre boxeo. Hubo, como siempre, cortina de Boris Garcés. Sonó un tema de Emiliano Colta, La chacarera de los locos, donde hubo arreglos e instrumentos de Mauro Papalia y Rubén Jurado (viola). Al despedirnos se quedó sonando El divertimento para caracoles, de Diego Monachelli.
Probablemente el más descaradamente dolinesco de nuestros episodios.
Editorial
En una esquina del cuadrilátero, El gringo Miras, oriundo de la ciudad de Montevideo, zapatillas blancas con dispersos puntos de WD40, testigos de grasa de la cadena de una bicicleta que explica las piernas vigorosas sobre las que se alzan unos sesenta y cinco kilos hasta rozar el metro ochenta; diríamos que es extraordinaria estatura, la de un coloso, si no fuese tan común. Púgil constante y madrugador, conocido en su tierra como el sherpa del cerro Catedral, se hizo famoso por pelear con las gafas puestas y terminar venciendo, intacto, pero sin ellas.
Agulles, en la esquina opuesta, alias el Puncho, pegador de los gimnasios del barrio del Pla-Metal, la cantera alicantina del pugilismo de la que salen todos los boxeadores que provienen de ese mismo barrio; no es alto pero es de mucho hueso, con una técnica depurada, paciente, de aguantar asaltos, de hecho lo asaltaron ayer en una gasolinera para robarle el tabaco y quince pesos.
Y queda, esto es rarísimo, en el perímetro de la doce cuerdas un combatiente, ciudadano del mundo el muy cursi, ya vino noqueado de casa, mordisqueando un cacho de lona, alto en su ciudad de nacimiento, que no es Liliput, Pedro O’Coinor, el espontáneo de la esquina neutral que por desidia o indiferencia nadie se ocupó de expulsar del recinto.
Son tres los aspirantes, un número alto y escandaloso para este deporte, pero compensan a la baja en la elocuencia y la esperanza, ninguno tiene ilusiones, y que dios o el diablo nos salve de que alguien espere algo de ellos; los promotores del boxeo falsificaron sus documentos, trucaron las categorías y las edades para evitarlos, por densos. Ya llega, señores y señoras, ante millones de radioyentes, con la tabla de salvación pinchada, El Naufragio en Marcha.
En este episodio conversamos sobre la tragedia de Medea y algunas de sus representaciones. En la parte de sucesos de ardorosa actualidad nos tocó hablar del caso Marguerite Steinheil.
Hay una plaza, por el centro de la ciudad, que está llena de ficus. Cuando era un muchacho pensaba que la taxonomía del ficus se limitaba a unas pocas variedades de arbustos escuálidos y temblorosos cuyo único hábitat posible eran las salas de espera de los dentistas. La pampa tiene el ombú, el doctor Gutiérrez tiene un ficus, un empapelado color sepia de los años setenta y una hilera de butacas para que espere la gente con dolor de muelas. Pero los ficus macrophylla son enormes, son altos y las raíces marcan una perímetro irregular de cordilleras que le tapan el sol a las hormigas, y por las que saltan los niños cuando juegan a dar la vuelta a la planta gigante sin tocar el suelo. Al lado de la plaza, hay bares, y detrás, una biblioteca que no tiene libros, una sala de luz fría para sacarse oposiciones, exámenes y cosas de esas.
Porque no somos chicos, para andar saltando entre raíces, ni hormigas, para fascinarnos con accidentes geográficos de un plaza, atravesamos la biblioteca y dimos con un salón de actos donde había un tipo diciendo que hay que reivindicar los anacronismos. Y, digamos que no estábamos muy de acuerdo. Pero tampoco sabíamos decir exactamente por qué. Alguno tenía la idea de que el anacronismo es un recurso medio tramposo y divertido para justificar cualquier disparate o para hacer pasar por recurso pedagógico la falsificación de unos títulos expedidos por el ministerio del pasado. Por supuesto, tal vez había en Grecia higueras australianas, aunque ellos no lo supieran, aunque solo llegase a ser cierto hoy. No había más remedio que ir a las fuentes clásicas. Pero, ¿por dónde empezar? Alguien recordó que la mamá de Eurípides vendía perejil, pero otro dijo que eso decían sus enemigos para difamarla, quién sabe, tal vez un cliente de la verdulería que se vengaba por la calidad del género. Bueno, empecemos por ahí, por el perejil, que es una planta pequeña y que a falta de aspirinas sirvió alguna vez para aliviar el dolor de muelas. Empecemos, entonces, por los anacronismos de una obra cualquiera, yo qué sé, por ejemplo, podríamos empezar, por qué no, con la historia de la ex de Jasón, con la tragedia de Eurípides sobre la desgraciada vida de la señora Medea.
Como siempre, cortina de Boris Garcés, también una canción bellísima del mismo joven, titulada Acertijo, y para terminar hubo un Divertimento para caracoles, composición de Diego L. Monachelli. Los divagues corren a cargo de Sebastián Miras, Nelo Curti y Pedro Coiro; los aciertos fueron todos de Juanma Agulles, que en esta ocasión no pudo acompañarnos.
Como indica el título, en este episodio divagamos sobre escaleras. Tal vez quedó un producto moderadamente entretenido, que marida bien con alguna actividad manual que quiera usted hacer en casa. También sirve para aplacar, durante los paseos, la rumiación neurótica que pueden sufrir muchas personas cuando ejercen de runners o senderistas.
Sobre el contenido, para muestra un botón, o dos: Juanma nos charló sobre las andanzas de Le Corbusier en Nueva York, Sebastián habló un poco sobre las gemonías.
Editorial
Cuando alguien nos pregunta acerca de las funciones de una escalera solemos responder con suficiencia que son dos: subir y bajar. Pero por poco que tiremos de la pregunta nos da ganas de delimitar más las cosas. No quiero detenerme demasiado en algo obvio, pero, por ejemplo, tanto subir como bajar son acciones que tienen un límite natural bastante claro. Miles de turistas se agolpan en una larguísima escalera para visitar cada año la Cascada de los Cántaros en el bosque valdiviano, ni un solo turista se eleva más allá de sus 700 escalones. Y no se trata tampoco de un límite meramente técnico: la imaginación también opta por otros medios cuando se trata de llegar al cielo: Jack tuvo que subir por una planta de habichuelas, y en las ascenciones religiosas puede haber colchones de nubes y ángeles, es rarísimo encontrar una escalera. Es cierto que hay una metáfora, existen las escaleras al cielo, pero llevar esa figura a una imagen es ridículo y vulgar. Pensar en que las escaleras al cielo dibujan una sucesión de escalones zigzagueantes es tan burdo como imaginar que asaltar los cielos es calzarse unas caretas del presidente Nixon, antifaces y bolsos estampados de símbolos del dólar para obligar a San Pedro a entregarnos unas llaves. En todo caso, lo que quiero decir es que no debemos apresurarnos a responder que hay solo dos funciones, porque hay, al menos, tres: las escaleras también sirven para quedarse en el mismo sitio. No digo algo tan absurdo como que toda la superficie terrestre es una escalera cuya alzada, en algunos casos como en de la Pampa, puede ser es igual a cero, al fin y al cabo siempre estamos avanzando sobre algún tipo de desnivel, tampoco les propongo acampar en el estrecho espacio de un escalón. Me refiero a que pensemos en las escaleras pero no en el rellano o el portal y que descartemos toda metáfora de progresos y caídas. Ni hablar de aquella oposición que han querido hacer algunos arquitectos y artistas contemporáneos entre las escaleras y los ascensores, porque esto no puede explicar nada de las escaleras mecánicas ni de ese desplazamiento que ocurre desde los escalones hacia los engranajes, igualmente escalonados donde muerden las correas. ¿Qué queda? Lo más habitual es que la escalera se convierte en un testigo, y en cuanto se introducen las memorias y las relaciones entre las personas, las escaleras se nos aparecen como una fuente inagotable de pasiones humanas, un ovillo enredado de hilos cortados, una bola cómica y patética, es decir, una comunidad de vecinos. Pero podemos llevar las cosas aún más lejos: ¿qué puede querer decir vivir en unas escaleras o pensar las escaleras al margen del flujo y el tránsito? Quizás, lo más denso que encontremos sean objetos literarios. No hemos avanzado ni un milímetro desde que Georges Perec nos alertase sobre un problema que hasta esta tarde había quedado descuidado: No pensamos lo suficiente en escaleras.
Como siempre, cortina de Boris Garcés. Un tema de Diego Monachelli al final, Divertimento para caracoles, y dando la chapa estuvimos Sebastián Miras, Juanma Agulles y Pedro Coiro.
Este episodio es una conversación en torno a los bajos fondos, sus representaciones y su lugar en el imaginario. Hablamos, pues, de una realidad sobre la que nos preguntamos si es tan real como parece.
Dominique Kalifa, Los bajos fondos: historia de un imaginario; Neil Smith, La nueva frontera urbana: ciudad revanchista y gentifricación; Charles Dickens, Historia de dos ciudades; Victor Hugo, Los miserables; Friedrich Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra; Valle-Inclán, Luces de bohemia; Ann Radcliffe, Los misterios de Udolfo; Bronislaw Geremek, La estirpe de Caín; Anónimo, Liber Vagatorum; Juan Luis Vives, El tratado del socorro de los pobres; César González, El fetichismo de la marginalidad; Jack London, El pueblo del abismo; George Orwell, Vagabundo en París y Londres; Mike Davis, Planeta de ciudades miseria; Lewis Mumford, La ciudad en la historia; las películas Bajos fondos, Casque d’or, Togo y Viridiana.
Si el oyente quiere conocer más sobre estas referencias, la fecha, la editorial o, en un terreno más personal, cómo llegamos hasta ellas, puede escribirnos a naufragioenmarcha@proton.me
Editorial
Por ahí no pases, que te van a robar. A estas horas hay barrios que se ponen un poco densos. No te busques problemas, andá a pasear por un lugar tranquilo, y tempranito, si es posible, que las personas peligrosas duermen. Pero la gente quiere tener «su propia experiencia». Y le arrebataron, como era natural, la más linda de sus propiedades. No hablo de una cosa jurídica. Escribe sobre ella Henri Michaux:
Estas propiedades son mis únicas propiedades y en ellas vivo desde mi infancia, y puedo decir que son pocos lo que poseen unas más pobres.
Volvió tarde, con el cuerpo entero y sin heridas. Tenía poca hambre porque ahí había encontrado una panadería que tenía masacotes de agua, azúcar y harina parecidos a los de la esquina de casa, tal vez un poco más llenos de aire, quizás más resecos. El viaje, eso sí, había sido un caos, por el contraste entre la excesiva quietud de la espera en la estación -como un 20 por ciento de batería del teléfono, unos cuantos datos en videos sobre un australiano que hace arquitectura con un palo y un río- y el temblor que, según la perspectiva, tendría su fuente en los accidentes del pavimento o en los amortizadísimos resortes del 503. Se bajó del autobús, caminó un rato para llegar, le sorprendió ver a un viejo conocido, charló diez minutos, recorrió una barbaridad de calles y se volvió. Nada había sucedido, pero ningún recaudo había sido suficiente. Como siempre, el que quería hacer su propia experiencia engrosa ahora las filas de los que advierten al inexperiente. El que no puede dar mal ejemplo da buenos consejos. En el barrio chungo lo habían desvalijado y al mismo tiempo no se había librado de ningún peso, el transporte público trajo los mismos 73 kilos de humanidad civilizada y zapatillas y cacharros y mochila con libro, tickets arrugados y repelente para los mosquitos. Fue el robo más sutil, sin ejecutores, sin que medie la fuerza ni el salvajismo, sin navajas ni pistolas, sin trileros ni cuentos, sin contacto físico ni intercambios, nuestro héroe perdió, en cambio, cada una de las representaciones, personajes y estrafalarias situaciones que se había figurado para una noche de paseo por los bajos fondos.
Esto lo hicimos Juanma Agulles, Sebastián Miras y Pedro Coiro. La canción con la que abre el programa es de Boris Garcés.
¿Merece la literatura de Chesterton entrar en un canon literario solamente por la calidad de El hombre que fue Jueves? ¿Tiene algún interés para la política? ¿Y para la policía? ¿Fue un testigo histórico relevante? ¿Cuál fue su relación con el tomismo? ¿Era panteísta? ¿Vale la pena dedicarle un programa de radio? ¿Estaba contra los intelectuales? ¿Era un sofista? ¿Ortodoxia se basa en los cuentos de hadas? ¿Qué pensaba que era la naturaleza? ¿Actuó en Hollywood o en algún Western? ¿Controlaba bien la cosa de las metáforas? ¿Era imperialista? ¿Era internacionalista? ¿Tenía una opinión formada acerca del evemerismo? Todas estas preguntas, que asaltan el espíritu de nuestra juventud cada vez que se cruza con un ejemplar firmado por G. K. Chesterton, no dejaron de acompañarnos en cada minuto de este episodio, tanto que ahí siguen, intactas, cuando los micrófonos llevan un buen rato apagados.
(Escucharon a Juanma Agulles, Sebastián Miras y Pedro Coiro. La cortina musical es de Boris Garcés, el fragmento musical del final del programa de Diego Monachelli).
En esta segunda parte hablamos del circo en el mundo de lo ilimitado, también del payaso, de su vida y su muerte. En nuestro cambalache vimos llorar a Buffalo Bill contra unas máscaras de Ensor, todo con fondo de murga, un espectáculo grotesco, desde luego. Buena parte del programa la dedicamos a charlar sobre películas, entre ellas La parada de los monstruos, de Tod Browning, de 1932, la de Chaplin, claro, una de Bergman muy recomendable, Noche de circo –que se llama casi como una novela de la que también comentamos algún pasaje, Noches en el circo, de Angela Carter, publicada en 1984–, y Mister universo, más reciente, del 2016, dirigida por Tizza Covi y Rainer Frimmel.
Juanma trajo y comentó un texto del Zaratustra de Nietzsche. El principio del pasaje (en la edición de 1997, de Alianza Editorial, página 38) dice así:
Mas Zaratustra contempló al pueblo y se maravilló. Luego habló así:
El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, -una cuerda sobre un abismo.
Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse.
La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso.
Otras dos referencias que aparecieron en el programa son De l’essence du rire, de Charles Baudelaire, y un libro de Jean Starobinski, Retrato del artista como saltimbanqui.
Como siempre, hubo nota de prensa, y seguimos con una crónica del 1900 que completa un suceso valenciano que ya aparecía en los periódicos de nuestro programa anterior.
Sebastián nos contó todo lo que hay de importante en una película de Fellini, en una concreta, y trajo la gran pregunta sobre el payaso, sobre su función, primero, sobre su disfunción definitiva, sobre su muerte. Leyó, también, unos apuntes de Starobinski sobre el clown y su irrupción en un mundo ordenado; para muestra, un botón:
Así, puestoqueenprimerlugaresausenciade significación,elpayasoaccedealaelevada significacióndeoponente:niegatodoslos sistemas de afirmación preexistentes, introduce en la compacta coherencia del orden establecido el vacío mediante al cual el espectador, separado finalmente de sí mismo, puede reírse de su propia gravedad. (114)
Editorial
Manolín, autoproclamado «médico de la salsa», tiene un tema, «Te conozco mascarita»…
(Bueno, un momento, antes de seguir esta editorial, quiero aclarar que no pretendo traerles uno de esos ejercicios académicos o periodísticos donde se legitiman expresiones populares con teorías traídas de los pelos, y tampoco lo contrario, es decir, darle un poco de frescor a representaciones teóricas aburridísimas vivificándolas con un producto artístico que se pueda bailar. No, y no solo porque no sabría hacerlo, tampoco me dio tiempo. Porque lo que traigo es un recurso para decir otra y nada más, a medio camino entre la referencia desesperada y un genuino reconocimiento a un artista que me gusta mucho)
Decía, el tema tiene esa cosa ligera y profunda del son que encaja perfectamente con el barroquismo caribeño y el virtuosismo de los coros, el piano y los vientos, todo marchando al paso de una clave disciplinada y punzante. De lo que se trata es de que Manolín vivió en la ilusión del amor demasiado tiempo, la muchacha lo engaño y para colmo lo trató de payaso. Pero ahora los papeles se invierten y todo porque nuestro héroe ya conoce lo que hay detrás. Pero, ¿no sería mejor decir «son los demás lo que conocen la mascarita, yo, Manolín, conozco otra cosa, porque la libertad es conocer las causas y para eso hace falta mucho tiempo y sacrificio»? No. De ninguna manera. La metáfora no es la máscara, la metáfora está en decir «lo que hay detrás».
Creo que encontré la clave del circo y es la misma que la del son. No hay disfraz. Hay un pulso vivo, como los golpes sostenidos de la clave, que está en la superficie, aunque a veces se pierda para el oído, y sosteniendo toda la arquitectura, es la ilusión y la única verdad accesible. Las cúpulas de lona son pura meteorología, a quién le importa. No hay umbrales que franquear en el circo, la entrada es un tributo para los payasos por su valentía. Bueno, eso y, como dijo Karl Marx en Teorías de la plusvalía, «un actor teatral, incluso un clown, es un trabajador productivo, siempre y cuando trabaje al servicio de un capitalista (del entrepreneur)».
En definitiva, no se puede llegar tarde al circo como, en el sentido opuesto, no se puede uno ir de donde nunca estuvo. Siéntense donde ya están hace rato, de nuevo, esto es una segunda vuelta de exhibición hípica, con gente que no sabe montar a caballo.
En el programa escucharon, escucharán o se perdieron las voces de Juanma Agulles, Sebastián Miras, Pedro Coiro y Boris Garcés (autor de la cortina del Naufragio).
Sacamos el tema del circo con poco entusiasmo y, al final, terminamos haciendo dos programas; aquí traemos el primero. Como siempre, nos acercamos a la biblioteca pública del paseíto Ramiro y encontramos algunos textos sobre el tema, como El circo, de Ramón Gómez de la Serna, las Noches en el circo, de Angela Carter y el Misterio bufo, de Maiakovsky. Una emisión de France Culture nos echó otro cable, sobre todo el primer episodio, donde Caroline Hodak, una historiadora del circo, trata la cuestión con bastante detalle –lo emitieron en el 2014, en La fabrique de l’Histoire–.
Después, cosas que no estaban en la biblioteca pública las encontramos en las librerías; entre lo más recomendable, El libro que editó Pepitas de Calabaza, también en el 2014, una Biografía del circo, de Jaime de Armiñán. De la misma editorial, nos sirvió La ciudad en la historia, de Lewis Mumford. Y nos metimos con otras cosas más, como las películas de Chaplin, Bergman y Fellini, y con varios artículos, entre ellos uno de Francisco Gelman Constantin, «Gitanos, soldados, monos, funambulistas» y otro que se titula «El circo: ¿mezcla de géneros?», de Brigitte Bailly.
(Una curiosidad sobre este programa, que tenemos que comentar para los oyentes más atentos y oidores, es que por uno de los cables de nuestros micrófonos se coló la interferencia de un relator deportivo, tal vez M. Lamas; ahí quedó, en el fondo, de a ratos, aunque no llegamos a descifrar del todo su relación con el circo)
Editorial
Qué cosa es una obra de arte total, no lo sé. Bah, total, es una obra de arte, alguna vez lo pensé. Muchas veces fui a la ópera y en todas me vi luchando contra el sueño y no era el único, porque desde el gallinero hasta el discreto taburete del bombero que cuida del teatro entre bambalinas, todos se parecían, a las pocas horas, a Eurídice. Obvio, peor que te inviten a una de esas horrendas fiestas que parecen organizadas por el Dr. Frankenstein, que quieren ser espectáculos de variété, como los llaman, donde un muchacho recita poemas, mientras otro lo dibuja y ambos son proyectados en una inmensa pantalla porque se le ocurrió al cineasta del grupo, mientras unos violinistas rodean a una bailarina, que anda noviando con el dibujante, todo con un fondo de palets reciclados que forman una escenografía o un masacote que firma un efímero Bofill. Un centro cultural, el fondo de una casa de renta antigua u ocupada, el espacio cedido por algún familiar de uno de los artistas, da lo mismo, lo importante es que la tribuna está repleta de gente que arrastró los pies hasta el lugar, con la única esperanza de un futuro gesto recíproco, porque claro, todos son artistas, como decía Debord cuando saludaba a un grupo de fans: «¡Buenas tardes artistas! Y perdón si me equivoco». Roland Barthes, un poco condescendiente, hablaba de una sociedad de emisores en estos términos:
cada persona con quien me encuentro o que me escribe, me dirige un libro, un texto, un balance, un prospecto, una protesta, una invitación a un espectáculo, una exposición, etc. El goce de escribir, de producir, apremia a todos; pero como el circuito es comercial, la producción libre sigue atascada, enloquecida y como desesperada; las más de las veces, los textos, los espectáculos van allí donde no se los reclama;
Si en una sociedad emancipada todo seremos acróbatas por la mañana y mujeres barbudas por la tarde, si cada cual es “uno de los nuestros”, tampoco está garantizado que haya unas gradas para la pasividad frente a nuestra metamorfosis. ¡Tantísimo mejor! ¿Cómo contemplaría un número cómico un espectador emancipado? ¿O no hay espectadores cuando el arte recubre la vida? Y ahora, ustedes, ¿están ahí quietitos mientras escuchan¿ ¿o hacen cosas? ¿Se notan demasiado nuestros malabares? No lo sabremos porque los focos nos encandilan, el trapecio nos marea, y del público, con suerte, llega alguna risa. Estamos ocupados, no queremos respuestas, solo emociones y aburrimiento, esto es el circo, pónganse incómodos.
En el programa escucharon, escucharán o se perdieron las voces de Juanma Agulles, Sebastián Miras, Pedro Coiro y Boris Garcés (autor de la bellísima y estimulante cortina del Naufragio).
En este programa distorsionamos y empleamos arteramente los textos de Jacques Ellul, Mumford, Peter Brown, Robert Darnton, Ok Diario, Armand Robin, Bernays, del museo de la propaganda de Hong Kong y de tantísimas otras fuentes, para inducir a nuestros oyentes a que compren sus alimentos en la tienda Baratísssimo, Avenida de Alcoy y Sargento del Río Llamas, abierto todos los días de 9 a 21 horas, menos los domingos, que cierra al mediodía.
Este programa lo hicimos Juanma Agulles, Sebastián Miras y Pedro Coiro. La canción con la que abre el programa es de Boris Garcés.
En este episodio de Naufragio en Marcha hablamos sobre lo que significa renunciar, nos desplazamos hacia la cuestión de la deserción, contamos algunas historias sobre los renunciantes en la Antigua Roma, de Peregrino, que quiso renunciar a los bienes y más tarde a la vida, de un oficial que desertó por amor y simuló ser Mefistófeles para sobrevivir, del entrañable soldado Švejk, de la imposibilidad de conocer una comunidad de anacoretas y de una organización de la renuncia en el barrio de Manuel Mandeb.
Algunas referencias:
Jordi Llovet, Adiós a la universidad, Galaxia Gutenberg, 2011.
Raquel Taranilla, Noche y océano, Seix Barral, 2020.
El blog de Raquel Taranilla y su entrada sobre la Quit Lit: https://raqueltaranilla.wordpress.com/2018/03/04/bye-bye-campus-sobre-la-emergencia-de-la-quit-lit/
Alejandro Dolina, Crónicas del Ángel Gris, Colihue, 1987.
René Girard, La anorexia y el deseo mimético, Marbot, 2009.
Perec «El americano desertor que dejó morir a su patrulla en Corea», La vida instrucciones de uso, Anagrama, 1992, pp. 233-239.
Peter Brown, Por el ojo de una aguja, Acantilado, 2016.
Peter Brown, El cuerpo y la sociedad, Muchnik Editores, 1993.
Luciano de Samósata, Discursos sagrados. Sobre la muerte del peregrino. Alejandro o el falso profeta, Akal, 2013.
Jaroslav Hašek, Las aventuras del buen soldado Sveijk, Debolsillo, 2010.
Pascal Quignard, Sobre la idea de una comunidad de solitarios, Pre-textos, 2018.
Ambrose Bierce, Diccionario del diablo, Valdemar, 2019.
(Esto lo grabamos a principios del 2022, y hubo alguna mención, de pasada, a la deserción de la guerra en curso, pero no conocíamos aún la importancia que ganaría la renuncia en estos días. En cualquier caso, posible oyente, no traemos información de última hora, ni un análisis riguroso sobre los hechos de ningún acontecimiento, sino una conversación sobre el mundo y las cosas que no es tampoco del todo digna de la lechuza de Minerva. Queremos charlar como lo que somos: actores perplejos de este mundo que buscan ordenar esa perplejidad, o, aunque sea, experimentarla en compañía).
En el programa escucharon, escucharán o se perdieron las voces de Juanma Agulles, Sebastián Miras, Pedro Coiro y Boris Garcés (autor de la bellísima y estimulante cortina del Naufragio).
En este primer episodio hablamos, claro, de naufragios. Para preparar el programa nos acercamos a Julian Barnes, Hans Blumenberg, Hans Magnus Enzensberger, Simon Leys, Antonio de Pigafetta, a Géricault, a Rodin, charlamos del Batavia, de Guerra y Paz, de Lucrecio, de pintores satanistas, de ¡Viven!, sobre un libro no irónico que se titula Cómo disfrutar en los aeropuertos, del Conde de Lautréamont y de castillos de arena en la playa del Postiguet.