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Episodio:

El boxeo

Charlamos un rato sobre boxeo. Hubo, como siempre, cortina de Boris Garcés. Sonó un tema de Emiliano Colta, La chacarera de los locos, donde hubo arreglos e instrumentos de Mauro Papalia y Rubén Jurado (viola). Al despedirnos se quedó sonando El divertimento para caracoles, de Diego Monachelli.

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Probablemente el más descaradamente dolinesco de nuestros episodios.


Editorial

En una esquina del cuadrilátero, El gringo Miras, oriundo de la ciudad de Montevideo, zapatillas blancas con dispersos puntos de WD40, testigos de grasa de la cadena de una bicicleta que explica las piernas vigorosas sobre las que se alzan unos sesenta y cinco kilos hasta rozar el metro ochenta; diríamos que es extraordinaria estatura, la de un coloso, si no fuese tan común. Púgil constante y madrugador, conocido en su tierra como el sherpa del cerro Catedral, se hizo famoso por pelear con las gafas puestas y terminar venciendo, intacto, pero sin ellas.
Agulles, en la esquina opuesta, alias el Puncho, pegador de los gimnasios del barrio del Pla-Metal, la cantera alicantina del pugilismo de la que salen todos los boxeadores que provienen de ese mismo barrio; no es alto pero es de mucho hueso, con una técnica depurada, paciente, de aguantar asaltos, de hecho lo asaltaron ayer en una gasolinera para robarle el tabaco y quince pesos.
Y queda, esto es rarísimo, en el perímetro de la doce cuerdas un combatiente, ciudadano del mundo el muy cursi, ya vino noqueado de casa, mordisqueando un cacho de lona, alto en su ciudad de nacimiento, que no es Liliput, Pedro O’Coinor, el espontáneo de la esquina neutral que por desidia o indiferencia nadie se ocupó de expulsar del recinto.

Son tres los aspirantes, un número alto y escandaloso para este deporte, pero compensan a la baja en la elocuencia y la esperanza, ninguno tiene ilusiones, y que dios o el diablo nos salve de que alguien espere algo de ellos; los promotores del boxeo falsificaron sus documentos, trucaron las categorías y las edades para evitarlos, por densos. Ya llega, señores y señoras, ante millones de radioyentes, con la tabla de salvación pinchada, El Naufragio en Marcha.