Hablamos sobre el olfato, el hedor, la nariz, el olor y todo lo asociado a un sentido que está en el centro de muchísimas metáforas a las que nos intentamos acercar.
Nos dieron una mano con sus textos Dios (¡leímos la Biblia!), Calvino, Horkheimer, Adorno, Corbin, Courmont, Akutagawa, Orwell, Mumford, Nietzsche, Jaquet y varias personas más. Estuvo bastante nutrido el episodio.

Sonó la sintonía del talentoso Boris Garcés y tomamos prestada una canción de las Panty Pantera titulada «Apestoso».
La chapa estuvo a cargo de Juanma, Sebastián y Pedro.
Editorial
A menudo, compartir una misma condición con más gente, sobre todo si esta nos pesa, resulta alentador. Si el médico te diagnostica una patología terrible y al mismo tiempo te advierte que está presente y activa en la totalidad de los cuerpos humanos dispersos por el mundo, el folio con el tratamiento ya tiene un lugar garantizado en la papelera que está a la salida del centro de salud. Esa broma tonta según la cual hasta que no muera el último individuo no sabremos si la muerte es tan solo una enfermedad demasiado extendida, tiene algo de gracia. Decir todos o casi todos, lo mismo da, son prácticamente sinónimos, y si no lo son, las sociedades siempre están dispuestas a hacer algo doloroso para que lo sean.
Pero, curiosamente, una misma condición no siempre es asumida con alivio. A veces es negada. Sobre todo cuando ver que los demás tienen lo mismo que uno nos arroja una imagen incómoda sobre nosotros mismos. Si sufrir con los demás resulta fácil y reconfortante, acercarse al otro para ver cómo salir de ahí parece un fiasco seguro.
En todo caso, en la competencia generalizada para participar en la autodestrucción, si una misma condición imposibilitante es compartida por muchos, no parece un problema a tener en cuenta. Parece incluso una forma de simplificar las cosas, de nuevo, un alivio. Me pregunto si esto pasó con la pérdida del olfato que trajo la última pandemia. Además, una segunda o tercera naturaleza sin olfato estaría mejor adaptada en muchos aspectos. El imaginario sobre una sofisticada tecnoevolución de los cuerpos siempre es pensada por lo que trae de prótesis, pero no la valoramos lo suficiente en las preocupaciones que nos puede ahorrar quitándonos capacidades. Volviendo a la pandemia, es cierto, es mejor perder la nariz que la vida, pero eso no justifica la ligereza con la que se vio que estamos dispuestos a perder uno de nuestros sentidos. Y si estamos dispuestos a dejarnos la nariz en la ardua tarea cotidiana de seguir construyendo las condiciones para comprobar empíricamente si la mortalidad es una enfermedad o un destino irremediable, sin duda, que todavía existan millones de personas que se quedaron sin reconocer los maravillosos efluvios de las ciudades por un mal virus, tampoco es la muerte de nadie.